...y la madre que lo parió. Este es el título que, como en el chiste del golf, debería ponerle al libro que nunca escribiré sobre el trial.
Después de cuatro años intentando hacer trial he descubierto que es posible "desaprender", que montar peor cada año es algo, al menos en mi caso, inevitable. Es cierto que es necesario entrenar y que no basta con hacerlo al mismo tiempo que corres y alguna sesión aislada (siempre en el mismo sitio, of course, no sea que destrocemos el planeta). Pero esto sería una razón, excusa si se prefiere, para justificar el "no avance" pero no el "avance negativo" (homenaje a la estúpida retórica actual).
Tras sesudas sesiones de análisis de las causas entre cervezas, aceitunas y patatas fritas, he llegado a la conclusión de que la falta de interés es capaz de destruir cualquier cosa, hasta lo que nos gusta. Claro está que cuando desaparece el interés también lo hace, al menos en parte, el placer.
¿Significa esto que deje de gustar el trial?. Pues no lo sé, quizá la pregunta está mal formulada y debería hacerse de otra manera, como por ejemplo ¿Realmente te gusta el trial?. Yo tengo la idea de que no me gusta "estrictu sensu" sino que lo que me atrae es lo que lo rodea. Habría que aclarar que hablo de trial clásico, lo cual refuerza mi teoría, porque el trial moderno no sólo no me atrae sino que me aburre superlativamente.
Las escasas ocasiones que he ido a montar solo, no he durado más de veinte minutos porque es atrozmente tedioso pasados los diez primeros. En cambio, el hecho de hacerlo acompañado (y si la compañía es la adecuada, mucho mejor) cambia todo de forma espectacular. Por ejemplo, dentro de unas semanas hay un trial de dos días en Cabrianes y tengo muchas ganas de que llegue el momento de ir, aunque es una paliza de mil doscientos kilómetros, porque la compañía no va a ser sólo adecuada sino óptima (si encima consigue la Tambores Grandes ya sería casi pornográfico).
Me voy por las ramas y no soy Tarzán así que mejor me centro.
Decía que lo que me gusta del trial (clásico, repito) es lo que lo rodea porque la gente que lo suele frecuentar coincide generacionalmente, es decir, sus referencias e imaginería son similares. Que hablamos el mismo idioma, para ser más exactos.
Casualmente, salvo las excepciones reglamentarias que ha de haber en todo, las personas que componen este micromundo acostumbra a ser de muy buena calidad. Dado lo anormal de este hecho, es especialmente valioso pertener a este grupo.
El olor, sonidos (ruidos para mi señora) y hasta sabores que lo rodean son un delicioso alimento para el alma de quien los mamó y evocan tantas cosas que no soy capaz de enumerarlas, además de que sería especialmente coñazo para el lector (no espero que haya más de uno y ya me parece una previsión muy optimista).
Podría seguir pero, haciendo caso de uno de los consejos que le suelo dar a mi hija (pobre, tener que aguantarme todos los días deber ser duro), hay que saber parar a tiempo. El caso es que el hecho de hacer un cero en una zona, saber girar en un espacio de unas dimensiones aparentemente absurdas, ganar, en definitiva, no tienen más valor que el de alimentar un ego (contra el que no tengo nada, por otra parte) que en muchas ocasiones pasa más hambre que el perro de un ciego. En mi caso no me motiva apenas nada tamaños logros aunque no puedo negar que produce cierto placer, especialmente si es con una inglesa de cuarenta y cinco años, como los míos.
El hecho de tener la cabeza más pendiente de problemas mundanos como el trabajo, en este caso entendido como un problema en sí mismo, hacen que "esto de las motos", como lo llama la paciente mujer que tengo al lado, se convierta más en una terapia que en un deporte. He de reconocer que algo cambió un par de años ha y que ahora tiene entidad propia y ha perdido la condición de evasión para convertirse en algo más. Aunque sólo fuera por eso, habrá valido la pena.
Ya en clave interna que solamente entenderá alguien "del foro", diré que me hace gracia ver cómo surge de vez en cuando algún ser que presume de modernista, azote de pobres prejubilados obsoletos, diciendo cómo deben afrontar sus últimos días trialeros sobre un chasis con motor dejándose las vértebras intentando imposibles movimientos en parado. Este especimen es capaz de ponerse como nick a un poeta inglés del siglo XVII o una marca de té, que total lo mismo da, aunque debo decir que en un atisbo de humildad, fingida o no, se pone un "little" delante (no sé si por el poeta o por el té). Lo paradógico es que la obra principal de su alias, "El Paraíso perdido", algo de nostalgia transmite.
Termino esta pequeña elucubración inconexa reconociendo que el trial en sí mismo me importa un pimiento, lo que para un carnívoro casi exclusivo es realmente muy poco. Ahora bien, hay pocas cosas mejores que un buen trial con amigos, pero de verdad. Por ejemplo...
Un día de estos hablaré de esta pareja y de esa moto.
Hasta otra, solitario lector.
Después de cuatro años intentando hacer trial he descubierto que es posible "desaprender", que montar peor cada año es algo, al menos en mi caso, inevitable. Es cierto que es necesario entrenar y que no basta con hacerlo al mismo tiempo que corres y alguna sesión aislada (siempre en el mismo sitio, of course, no sea que destrocemos el planeta). Pero esto sería una razón, excusa si se prefiere, para justificar el "no avance" pero no el "avance negativo" (homenaje a la estúpida retórica actual).
Tras sesudas sesiones de análisis de las causas entre cervezas, aceitunas y patatas fritas, he llegado a la conclusión de que la falta de interés es capaz de destruir cualquier cosa, hasta lo que nos gusta. Claro está que cuando desaparece el interés también lo hace, al menos en parte, el placer.
¿Significa esto que deje de gustar el trial?. Pues no lo sé, quizá la pregunta está mal formulada y debería hacerse de otra manera, como por ejemplo ¿Realmente te gusta el trial?. Yo tengo la idea de que no me gusta "estrictu sensu" sino que lo que me atrae es lo que lo rodea. Habría que aclarar que hablo de trial clásico, lo cual refuerza mi teoría, porque el trial moderno no sólo no me atrae sino que me aburre superlativamente.
Las escasas ocasiones que he ido a montar solo, no he durado más de veinte minutos porque es atrozmente tedioso pasados los diez primeros. En cambio, el hecho de hacerlo acompañado (y si la compañía es la adecuada, mucho mejor) cambia todo de forma espectacular. Por ejemplo, dentro de unas semanas hay un trial de dos días en Cabrianes y tengo muchas ganas de que llegue el momento de ir, aunque es una paliza de mil doscientos kilómetros, porque la compañía no va a ser sólo adecuada sino óptima (si encima consigue la Tambores Grandes ya sería casi pornográfico).
Me voy por las ramas y no soy Tarzán así que mejor me centro.
Decía que lo que me gusta del trial (clásico, repito) es lo que lo rodea porque la gente que lo suele frecuentar coincide generacionalmente, es decir, sus referencias e imaginería son similares. Que hablamos el mismo idioma, para ser más exactos.
Casualmente, salvo las excepciones reglamentarias que ha de haber en todo, las personas que componen este micromundo acostumbra a ser de muy buena calidad. Dado lo anormal de este hecho, es especialmente valioso pertener a este grupo.
El olor, sonidos (ruidos para mi señora) y hasta sabores que lo rodean son un delicioso alimento para el alma de quien los mamó y evocan tantas cosas que no soy capaz de enumerarlas, además de que sería especialmente coñazo para el lector (no espero que haya más de uno y ya me parece una previsión muy optimista).
Podría seguir pero, haciendo caso de uno de los consejos que le suelo dar a mi hija (pobre, tener que aguantarme todos los días deber ser duro), hay que saber parar a tiempo. El caso es que el hecho de hacer un cero en una zona, saber girar en un espacio de unas dimensiones aparentemente absurdas, ganar, en definitiva, no tienen más valor que el de alimentar un ego (contra el que no tengo nada, por otra parte) que en muchas ocasiones pasa más hambre que el perro de un ciego. En mi caso no me motiva apenas nada tamaños logros aunque no puedo negar que produce cierto placer, especialmente si es con una inglesa de cuarenta y cinco años, como los míos.
El hecho de tener la cabeza más pendiente de problemas mundanos como el trabajo, en este caso entendido como un problema en sí mismo, hacen que "esto de las motos", como lo llama la paciente mujer que tengo al lado, se convierta más en una terapia que en un deporte. He de reconocer que algo cambió un par de años ha y que ahora tiene entidad propia y ha perdido la condición de evasión para convertirse en algo más. Aunque sólo fuera por eso, habrá valido la pena.
Ya en clave interna que solamente entenderá alguien "del foro", diré que me hace gracia ver cómo surge de vez en cuando algún ser que presume de modernista, azote de pobres prejubilados obsoletos, diciendo cómo deben afrontar sus últimos días trialeros sobre un chasis con motor dejándose las vértebras intentando imposibles movimientos en parado. Este especimen es capaz de ponerse como nick a un poeta inglés del siglo XVII o una marca de té, que total lo mismo da, aunque debo decir que en un atisbo de humildad, fingida o no, se pone un "little" delante (no sé si por el poeta o por el té). Lo paradógico es que la obra principal de su alias, "El Paraíso perdido", algo de nostalgia transmite.
Termino esta pequeña elucubración inconexa reconociendo que el trial en sí mismo me importa un pimiento, lo que para un carnívoro casi exclusivo es realmente muy poco. Ahora bien, hay pocas cosas mejores que un buen trial con amigos, pero de verdad. Por ejemplo...
Un día de estos hablaré de esta pareja y de esa moto.
Hasta otra, solitario lector.