He ido dos veces a la Impalada, ese magnífico akelarre que la gente del Moto Club Impala organiza todos los años en torno a esa maravillosa moto que es la Impala. En este caso no es una reunión de brujas presidida por Satanás presentado en forma de macho cabrío, sino de un montón (más de trescientos) de enamorados de un icono que se presenta en forma de Impala en todas sus versiones, que no son pocas, A algunos les pueden pueden parecer frikis pero si tuvieran una, se convertirían casi con toda seguridad, hasta los del dedo rampante.
La primera vez fue en 2012, coincidiendo con el medio siglo de su existencia.
En esta ocasión, hicimos el viaje montados a lomos de 2 Impala 2, taurino y capicúa, Julián y servidor. No tenía todas conmigo porque significaba cerca de once horas conduciendo por carreteras secundarias y, sobre todo, volver de la misma manera ya cansados.
Al final decidimos que no hace falta demostrar nada y que, ante el ofrecimiento de que nos las trajeran en furgoneta la gente de
Remotos, lo más sensato, dentro del aparente sinsentido que significaba lo que pretendíamos, era aceptarlo.
Julián se encargó de prácticamente todo lo relativo a la logística, como por ejemplo hacer la ruta a seguir:
Así salió la moto del garaje:
La bolsa "sobredepósito" es una Glover de los setenta hecha a medida de la Bonnie que sale en la foto. Decidí ponerla detrás, para sufrimiento de Julián, porque no me hacía con ella en su sitio natural entre los brazos, además pensar en quitarla en cada repostaje me daba una pereza enorme.
Salimos el jueves a las 9:33 desde Chamartín y pusimos rumbo a Barcelona con muchas ganas y fe en el GPS de Julián. Más tarde dicho aparato se ganó mi devoción y agradecimiento como contaré luego.
Mucha nube pero sin agua, así que perfecto. El el Área 103, ya en Guadalajara paramos un momento para tomar un café y a los pocos minutos la tormenta que nos perseguía nos pasó por encima. Gracias a Dios teníamos un techo donde cobijarnos porque la granizada no era poca cosa.
En el vídeo se observa mejor aún:
Era todo tan surrealista que ni siquiera nos agobiamos demasiado, sólo los primeros minutos de granizo, así que decidimos salir en cuanto la tormenta perfecta se convirtió en una "simple" lluvia torrencial,
Las motos, chorreando, arrancaron sin problemas y salimos en dirección a donde Mr. TomTom quisiera.
La verdad, la sensación de tranquilidad que tenía a pesar de los hectolitros de agua que caían me sorprendió porque la confianza que me daba la moto era tal que sólo me preocupaba de ver algo y mantener distancia con Julián por si los sustos.
Dejó de llover un rato y cambiamos el agua por una calzada dizque romana que no se ha vuelto a asfaltar, con lo que por arte de magia las Impala 2 se convirtieron en Impala Enduro. Me río yo de los Seis Días de San Lorenzo del Escorial de 1970 (para haceros una idea, pinchad
aquí y ved el vídeo del NO-DO). Bueno, quizá he exagerado un poco, pero fue algo así. Como todo volvió a parecerme surrealista, le dí al mango casi como cuando llevaba mi 125L cuarenta años antes. No fue buena idea porque Julián se quedó sin luz delantera.
La Guardia Civil, de quienes recientemente escribí una
entrada a modo de panegírico, nos paró pasados unos pocos kilómetros precisamente por esa bombilla jubilada forzosamente. Fue curioso porque Julián iba delante y la G.C. nos adelantó sin indicar nada y, desde mi posición vi cómo se paraban detrás de un coche que estaba en el arcén con lo que pensé que no tenía que ver con nosotros. Me sorprendió que Julián redujera la velocidad pero gracias a la distancia de seguridad que iba dejando, le rebasé sin mayor problema. Bueno, eso pensaba yo pero resulta que ellos se asustaron porque pensaban que me iba a dar un atracón con tanta gente como había por allí. "Hay que ir más atento" me dice uno de ellos. Yo, que no estaba de humor porque llevábamos buena marcha y estaba lloviendo (cómo no), le contesto que precisamente por ir atento no me los llevé por delante y que pensaba que no se pararon por nosotros. No me contestó, le debí dar pena. Casi me parto cuando Julián saca una bombilla y una McGiver para cambiarla. La cara de los civiles era para una foto. Pero no me pareció oportuno, la verdad.
Seguimos para buscar un sitio para comer algo y aparecimos en Molina de Aragón. En el restaurante Alcazaba nos embaulamos unas lentejas calientes y de segundo me pedí un par de huevos por aquéllo de que de lo que come se cría y pensaba que me iban a hacer falta. Exquisito, debería estar en la Guía Michelín.
Tras el reposo, Julián decidió que ir en moto empapado no era lo mejor y se compró en un almacén de agricultores un chubasquero verde de jardinero, barrendero o lo que sea, pero que a partir de ahora va a ser un traje de agua para moto de alta gama. Servidor llegó menos mojado, apenas nada y además los genes cántabros no consideraron necesario añadir más capas, bastante pinta de preservativo llevaba ya. No hice fotos del momento porque soy buena persona :-).
Con las calorías repuestas tiramos sin parar hasta Alcañiz y llegamos al Trillero (Plaza de Santo Domingo, 1), que es un bar-restaurante, sala de fiestas y hostal, es decir, un tres en uno. Magnífico sitio. Muy recomendable para motoristas, se vuelcan aunque me da que son así siempre. A modo de ejemplo, basta ver el grifo de cerveza para imaginar lo que les gustan las motos y su gente
Es el motor de la Harley de José, el dueño, que tras 100.000 km decidió convertirlo en dispensador de la mejor cerveza que he tomado en mucho tiempo, al menos me supo a gloria.
Después de cenar, a descansar. Si en ese momento se me ofrece Claudia Schiffer, la doy un beso en la frente y las buenas noches.
El viernes fuimos a un taller recomendado por José, para revisar un problema en la dirección de la Impala cordobesa y lo cierto es que Carlos, el mecánico propietario de Talleres Camaral, sabe lo que hace.
Cambió los retenes de la rueda delantera sin problemas y de paso aprendí algo de mecánica, que falta me hace.
El día se presentó perfecto, con sol y con una ruta por delante espectacular. Nos quedaban unos 240 km. que fueron un disfrute enorme (salvo el atasco de entrada en Barcelona, claro está).
Paramos tres veces para estirar las piernas y admirar el paisaje. Unas muestras:
Río Matarraña en Monleón (Teruel). 200 km. a meta
Pradell de la Teixeta, Priorato, Tarragona 142 km. a meta
Vilarrondona, Tarragona 90 km. a meta
En Vilarrondona tomamos algo de beber y un paisano nos contó sus historias sobre ruedas en una Metralla.
Siguiente parada, Barcelona. La entrada fue un suplicio porque ya estábamos cansados y tuvimos que culebrear entre el atasco de entrada. Tras dejar el equipaje en el apartamento que habíamos alquilado, por cierto, con su bandera incluída, a comer una butifarra como no podía ser menos. Deliciosa.
Nos acreditamos en el hotel Alberta y nos tomamos una cerveza con un forero de lamaneta, Duyamon (DUcati YAmaha MONtesa) y dos impaleros más que conocimos allí. Uno de ellos nos contó sus viajes de joven entre Madrid y Barcelona con una Texas cuando era estudiante. Entre eso y que en la sala habilitada del hotel había una revista del Moto Club que hablaba del viaje Barcelona-Tokio, me di cuenta de que lo nuestro había sido un paseo largo.
Cenamos con los amics y a la cama.
Decidimos dejar las motos en la calle, a pesar del, como siempre, amable y generoso ofrecimiento de Nacho Barlett (Impala Sport) de dejarlas en su garaje, con el que quedamos a la mañana siguiente además de con Pepe Maciá (Impala 2 con carenado) y Fernando Piris (Texas 175). Una alegría ver de nuevo a Fernando, un tipo magnífico como hay pocos. Pepe fue un descubrimiento, no le conocía y es francamente encantador y ameno.
Llegada a Montjuic:
Nos encontramos con el gran Toni BH, compañero trialero que, a pesar de sus devaneos con una Sherpa, en asfalto recupera en buen sentido.
Primer selfie que hago y, a tenor de la cara de idiota que pongo, el último, pero es que no había a mano nadie para hacer la foto
Nacho y Julián
Esta foto la pongo prque me parece muy bonita y además salen Dominica y Manel Garriga
Uno de los momentos que más me gustan de la Impalada es la salida. Aproveché que lo hicimos de los últimos para grabar el momento:
Nuestra salida fue un espectáculo gracias a un paisano que, aún no entiendo por qué, decidió guiarnos porque el resto ya había salido. Digo que no lo entiendo porque no tenía ni idea de por dónde ir, cosa que me sorprendió porque, a tenor de cómo había decorado su moto, estaba claro que era de la tierra y muy orgulloso que parecía de ello (ésto último perfectamente comprensible, por otra parte) . Afortunadamente, llegó el buen pastor que es Pep y llevó al rebaño por el buen camino hasta la salida de Barcelona.. Le explicó al susodicho la ruta a seguir pero parece que el casco era tan duro como su mollera y nos volvió a liar. Nos hizo parar en una isleta de la autovía (con un par) para confesar que un pulpo en un garaje se orienta mejor que él. Entonces apareció Julián y su bendito GPS y nos guió, esta vez correctamente, hasta Ullastre donde estaba previsto el reagrupamiento y el desayuno-almuerzo. Por cierto, el sujeto de marras decidió seguir a Julián por delante de él y tomó una salida equivocada. Hasta pena me dió el pobre.
Con Julián en Ullastre y su GPS salvador. Foto cortesía de Eugeni.
En Ullastre pasamos un buen rato charlando con Eugeni. Un bocadillo de butifarra repuso las fuerzas. Mira que está bueno. No entiendo por qué sólo lo como allí.
La ruta de la Impalada tiene un par de atajos para los que no quieren tantos kilómetros (son unos doscientos) o van con retraso para llegar a la comida. Dado que Fernando había pasado una noche toledana el día anterior, optamos por tomar uno de ellos. Por el camino, Nacho pensó, muy acertadamente, parar en Mura a tomar una cerveza a la que nos invitó por su cumpleaños y pasamos un rato muy agradable hablando de motos. De qué si no.
El tramo hasta Tarrasa donde estaba el restaurante de la comida fue espectacular y aproveché para aprender a tomar las curvas como si supiera montar en moto porque me dieron un máster entre unos y otros. Julián, Nacho, Fernando y Pepe las toman como si nada, sin tocar el freno y como si supieran lo que hay a la vuelta de las mismas. Sigo apretando los esfínteres cuando las tomo un poco más rápido de lo que suelo hacerlo pero al menos algo de confianza he ganado. Si soy malo en trial, en asfalto debo dar hasta lástima.
La comida estupenda, muy entretenida y además ambientada como saben hacerlo los del MCI:
No una, ni dos, ni tres, sino CUATRO Blitz preciosas en el salón. Una de ellas de Coro.
Además, la maqueta de Altaya de la Impala 175 Sport: presente también. Preciosa.
Indirectamente nos vino de perlas que estuviera allí la gente de Altaya porque Ana (un encanto), Marketing Manager Marketing Directo de Editorial Planeta DeAgostini se ofreció a llevarnos en su coche al Museu de la Ciència i de la Tècnica de Catalunya para ver la colección de Permanyer y luego dejarnos en Sants para coger el AVE que nos devolvería a Madrid. La motos volverán con Remotos, como ya escribí al principio.
Los amics tuvieron un detalle totalmente inesperado y nos hicieron salir al estrado para darnos a los madrileños una placa por haber ido desde Madrid en las motos. Difícil ser mejores tipos.
Edito para añadir una foto del momento que ha salido en solomoto.es:
En casa me monté un pequeño santuario para la foto. La terapia no está dando resultado, sigo tan friki como siempre.
En fin, una delicia de viaje. Para repetirlo pero, el próximo año, nada de pantalones con costuras porque la probabilidad de llegar con la voz aflautada es alta. Aviso a navegantes.